Tuve un alumno al que le resultaba muy difícil mantener el orden en sus cuadernos y libros. Al cabo de un mes, las encuadernaciones estaban desgarradas y todas sus libretas tenían roturas y dobleces en sus ángulos, las llamábamos "orejas de burro". Por supuesto no faltaban manchas de tinta o tareas incompletas. Lo más difícil era que el alumno reaccionaba todavía de modo infantil y se mostraba muy sensible a cualquier reprimenda, por lo que, durante un tiempo no dije nada. Esto no fue bueno porque un día perdí el control. Arrojé su cuaderno sobre el pupitre y en voz alta protesté por esos dobleces que tanto me hacían enojar. Al día siguiente vino a mi mesa con total candidez, mostrándome exultante una pila de cuadernos. "Señora Franke, mis cuadernos ya no tienen orejas de burro", anunció. Las había cortado todas con unas tijeras.
Eres uno de nosotros, Marianne Franke

miércoles, 16 de febrero de 2011

El peligro de imponer castigos. Alternativas que inducen a la autodisciplina.





El psicólogo Haim G. Ginoot afirma:

El castigo no inhibe la mala conducta. Con este método sólo se consigue que el transgresor sea más cauteloso a la hora de cometer el delito, más hábil en no dejar pistas y más experto a la hora de escapar. El niño castigado aprende a ser más cauteloso, no más honesto ni responsable.

El doctor Albert Bandura comenta:

El castigo puede controlar una mala conducta puntual pero, de por sí, no enseña al niño a adoptar un comportamiento ejemplar como tampoco reduce la necesidad del niño de portarse mal.





Cuando a un alumno se le castiga, por ejemplo, verbalmente - "Quiero que escribas `No debo copiar´ cien veces" - probablemente se estará repitiendo a sí mismo: "¡Soy un desastre! Merezco que me castiguen!"

Cuando se le castiga físicamente  -"A tí lo que te hace falta es un buen bofetón"- el niño aprende: "Tú puedes pegarme a mí, pero yo en cambio no lo puedo hacer.... hasta que tenga el poder en mis manos."


¿Cómo podemos llegar hasta lo más íntimo de los pensamientos de un alumno para transformar la "necesidad de portarse mal" en un deseo de seguir una conducta ejemplar? ¿Podrían evitarse los efectos psicológicos del castigo y alentar a los niños y adolescentes a encontrar un equilibrio personal y a ser autodisciplinados?





ALTERNATIVAS AL CASTIGO

NIÑO: ¡Oh! ¡@#! ¡%&$! ¡No sé hacer las matemáticas!
ADULTO: Te ha avisado un montón de veces que no digas palabrotas. Te mereces un castigo.

En vez de amenazar con un castigo:

1.- SEÑALE LA MANERA DE SER ÚTIL:
"Ya veo que estás frustrado. Estaría bien que pudieras expresar tu frustración sin necesidad de usar palabrotas."


2.- EXPRESE UNA CENSURA ROTUNDA (SIN ATACAR EL CARÁCTER DEL NIÑO)
"Este tipo de lenguaje me molesta."


3.- MANIFIESTE SUS EXPECTATIVAS.
"Me gustaría que encontraras otro modo de demostrarme que estás enojado."


4.- ENSEÑE AL ALUMNO CÓMO RECTIFICAR.
"Me gustaría que escribieras una lista de palabras fuertes que pudieras decir en vez de las que acabas de soltar. Coge un diccionario si necesitas ayuda."


5.- DE OPCIONES.
"Puedes soltar palabrotas para tus adentros -mentalmente- o usar palabras que no ofendan a nadie."


6.- DEJE QUE EL ALUMNO SE ATENGA A LAS CONSECUENCIAS.
"Oyéndote estas palabrotas, se me quitan las ganas de ayudarte con la matemáticas o lo que sea."







Historia de un profesor de bachillerato.

Entré en la clase y cogí a Jose por sorpresa pintando un complicado dibujo en la tapa interior de su libro de matemáticas. Esto sucedió justo el día después de que les advirtiera que no debían pintarrajear en los libros que eran propiedad de la escuela.

Por norma general, hubiera arrancado a Jose de us asiento y le hubiera gritado: "¡Esto es el colmo! ¡Al despacho del director!" No obstante, esta vez me acerqué a su pupitre y permanecí de pie allí. Le dije: "Voya a repetirte lo que dije ayer: me pone de mal humor ver a la gente haciendo garabatos en el libro. Estos libros de texto van a tener que usarse los próximos cinco años y espero que mis alumnos los traten con cuidado."
"Lo siento -murmuró Jose-. Ya no me acordaba."
"Ya veo", le contesté y luego regresé a mi mesa. Unos instantes más tarde me dirigí de nuevo al pupitre de Jose quien, con gran diligencia, estaba intentado borrar el dibujo con una minúscula goma gastada. Le ofrecí la mía y le dije: "Aquí tienes. Espero que con la mía te resulte más fácil y , además, puedes usar este pequeño bloc de notas cada vez que sientas la necesidad de garabatear". Jose me miró con sorpresa y me dio las gracia.
Le contesté: "De nada", y me puse a dar mi clase.
De esto hace un mes y desde entonces Jose no ha vuelto a pintar  en el libro. Guarda el pequeño bloc de notras en el bolsillo de la camisa y de vez en cuando me enseña los dibujos que ha hecho. Estoy contento de no haberlo enviado al despacho del director. Quizás hubiera dejado de garabatear en los libros, pero seguro que no tendríamos la relación tan especial que disfrutamos hoy en día. Y quíen sabe, a lo mejor he estimulado a un Picasso en ciernes.

Tomado del libro: Cómo hablar para que sus hijos estudio en en casa y en el colegio de Adele Faber y Elaine Mazlish. Ed. Medici.

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