Tuve un alumno al que le resultaba muy difícil mantener el orden en sus cuadernos y libros. Al cabo de un mes, las encuadernaciones estaban desgarradas y todas sus libretas tenían roturas y dobleces en sus ángulos, las llamábamos "orejas de burro". Por supuesto no faltaban manchas de tinta o tareas incompletas. Lo más difícil era que el alumno reaccionaba todavía de modo infantil y se mostraba muy sensible a cualquier reprimenda, por lo que, durante un tiempo no dije nada. Esto no fue bueno porque un día perdí el control. Arrojé su cuaderno sobre el pupitre y en voz alta protesté por esos dobleces que tanto me hacían enojar. Al día siguiente vino a mi mesa con total candidez, mostrándome exultante una pila de cuadernos. "Señora Franke, mis cuadernos ya no tienen orejas de burro", anunció. Las había cortado todas con unas tijeras.
Eres uno de nosotros, Marianne Franke

sábado, 16 de octubre de 2010

De la botella medio vacía a la botella medio llena.





- ¡Eduardo es tan tímido! Por mucho que lo aliento, jamás toma la iniciativa – dice la señora B. a la vecina que visita en compañía de su hijo.
- ¡Que se te ve la etiqueta! – increpa la señora F. a su hijo adolescente que se encuentra acompañado por cuatro de sus amigos.
- Guillermito si no dejas de comer papas fritas, te vas a poner todavía más gordinflón de lo que ya estás – reprende la señora T. a su nieto, algo excedido en su peso, en presencia de unos invitados.

De muchas y pequeñas maneras olvidamos concentrarnos en los dones únicos que cada uno posee. Sólo vemos lo que les falta.




Cuando Juan llevó a casa su examen de matemáticas (veintisiete problemas resueltos y tres con errores), ¿qué vio su padre en la prueba? ¡Los tres problemas mal resueltos! Al tratar de hacerle ver el efecto que podría tener sobre Juan la forma de apreciar los logros de su hijo, respondió: ¡Quiero que sepa qué es lo que está mal, para que no incurra en errores similares.” Sin embargo, Juan no llegó a oír de su padre comentario alguno sobre sus veintitrés aciertos.



Son muy pocas las personas que se otorgan el tiempo necesario para practicar un inventario de sí mismas. ¿Qué conciencia tenemos de nuestras propias cualidades especiales? ¿Apreciamos el hecho de que no haya en el mundo entero otra persona que sea exactamente igual a cada uno de nosotros? Tenemos ciertas capacidades y sensibilidades que nos son propias, en exclusiva.  Poseemos fuerzas  y  habilidades que, de algún modo, difieren de las de cualquier otro. Sin embargo, la mayoría de las personas han pasado tantos años concentradas en lo que no tienen que ya no pueden reconocer con facilidad sus propios talentos, méritos y destrezas. Es decir,  han perdido el contacto directo con los recursos de los que disponen para enfrentar las situaciones difíciles, los procesos de cambio o la construcción de su autoestima. De este modo tanto niños, como adolescentes y adultos se vuelven dependientes y su mirada deja de orientarse hacia las soluciones para anclarse en el conflicto. Quedan desarmados ante los problemas, paralizados e incapaces de poner en acción las herramientas que les son propias. Nuestros recursos pasan a un estado latente, de adormecimiento profundo, cuando la adversidad hace su aparición.

Estas realidades, por supuesto, se reflejan también en el ámbito escolar:

-         Cuando el profesor cree que tiene los conocimientos que al alumno le faltan.
-         Cuando el proceso evaluador se activa para determinar las carencias del estudiante, en lugar de reconocer los logros y aprendizajes realizados.
-         Cuando, en el trato con las familias, insistimos en aquellas áreas en las que el alumnado necesita mejorar, en vez de subrayar y reconocer sus avances.
-         Cuando nos centramos en la queja y en el déficit, en lugar de promover el éxito y el descubrimiento de las propias potencialidades.




Mirar la realidad desde un punto de vista sistémico, sin embargo, nos lleva a asumir como axioma que todas las personas cuentan ya con los recursos necesarios para solucionar sus propios problemas. Por ello muchas de las herramientas que surgen de la aplicación de este modelo tan sólo tratan de  restablecer el contacto personal perdido con dichas fortalezas y la toma de conciencia de que pueden ponerlas en acción para responder a las situaciones que les preocupan.

Para ayudar a los niños, adolescentes o adultos a identificar sus recursos personales, el terapeuta, el maestro, el trabajador social, el cuidador o el familiar a menudo adopta el rol de investigador curioso, haciendo uso de una serie específica de preguntas. Estas preguntas, junto con su habilidad para interpretar las respuestas, ayudan a la persona  a explorar y reconocer los recursos de los que dispone, así como a identificar el modo en que  los ha usado ya con anterioridad  para crear situaciones placenteras  y satisfactorias. Finalmente, el “ayudador” tratará de crear un puente lingüístico que facilite la transferencia de esos recursos y situaciones positivas a la situación problemática que está ocupando su presente.

Los pasos en este proceso podría ser:
.- Preguntamos por las aficiones, por lo que les gusta, por lo que se les da bien, por las cualidades que ellos creen que los demás perciben de cada uno, etc…
.- A partir de las respuestas dadas vamos identificando las cualidades, habilidades, destrezas o fortalezas que se esconden tras las historias, anécdotas o detalles que nos cuentan. Si alguien es muy aficionado al teatro, probablemente será creativo, tendrá capacidad para improvisar, contará con habilidades para comunicarse ante un público numeroso o grupos de personas, etc…
.- Se puede confeccionar una lista con todos los recursos descubiertos e identificados.
.- Finalmente, se le puede invitar a preguntarse cómo sería si aplicara todas esas cualidades la situación adversa que le está afectando en ese momento.






Hace algún tiempo un maestro me solicitó algo de ayuda. Estaba preocupado por una alumna suya que, según él, nunca aportaba nada al grupo. Esta niña no mostraba espontaneidad, ni iniciativa propia, apenas participaba y, a los ojos del maestro, no sólo se aislaba sino que era poco aceptada por el grupo. Este compañero expresaba su deseo de hacer algo para cambiar la situación ya que, tal y como él lo veía, su alumna se encontraba sola y no le iba demasiado bien en sus relaciones sociales. Su nivel de preocupación mostraba algo que parecía ir más allá de la mera actitud profesional. Por un lado parecía extremadamente sensible a la situación de su alumna y, por otro, no lograba imaginar soluciones eficaces que le permitieran mirar el problema desde una perspectiva diferente. Sus buenas intenciones parecían encontrarse con algo obsesivo que lo tomaba de un modo peculiar sacándolo de su centro. Algo le hacía perder objetividad y distancia. Al comentarle lo que estaba percibiendo a través de su relato, mostró cierta curiosidad. Le hice entonces algunas preguntas. ¿Has hablado con la niña acerca de cómo siente realmente? Ese deseo de cambio, ¿es un deseo de la niña o tuyo? ¿Por qué te atraen tanto los problemas de esa alumna? Fue entonces cuando pudo comenzar a contactar con una parte significativa de su propia historia. De pequeño y adolescente tuvo problemas de lenguaje. Eso lo convirtió en un niño que prefería no participar ni relacionarse. Sus trastornos del habla lo hicieron introvertido, solitario e inseguro. Solo tras mucho esfuerzo consiguió superar la situación y volver a abrirse al mundo de otro modo.

Nadie mejor que él podía entender las experiencias por las que estaba atravesando la niña. Proseguí conversando para acompañarle en el proceso de reconocimiento de su propia historia. Un espacio del que provenían recursos y fortalezas que, tal vez, aún no se hubiera atrevido a tomar. Su biografía mostraba su capacidad para la resiliencia y revelaba la razón por la que poseía tanta sensibilidad y empatía con los niños o adolescentes que atravesaban por situaciones similares. Le propuse que se preguntara si podría convertir aquellas heridas de la infancia en estrategias útiles para el trabajo con sus alumnos, especialmente con la niña que tanto parecía ocupar su corazón. Su actitud cambió completamente. Algo se modificó interiormente para que pudiera  decirme con una sonrisa: - Ya sé, ya sé cómo hacerlo.

Esta herramienta es conocida como socialización de recursos y es una de las estrategias más eficaces para salir de una interpretación de la realidad basada en  la carencia, a una  visión de la realidad donde el cambio es posible. La socialización de recursos permite desprenderse de la obsesión por contemplar la mitad vacía de la botella.

Un muy buen ejemplo del viaje personal desde el déficit a la búsqueda de recursos se retrata en el precioso corto "El circo de las Mariposas".  Puedes verlo en los siguientes enlaces:





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