Tuve un alumno al que le resultaba muy difícil mantener el orden en sus cuadernos y libros. Al cabo de un mes, las encuadernaciones estaban desgarradas y todas sus libretas tenían roturas y dobleces en sus ángulos, las llamábamos "orejas de burro". Por supuesto no faltaban manchas de tinta o tareas incompletas. Lo más difícil era que el alumno reaccionaba todavía de modo infantil y se mostraba muy sensible a cualquier reprimenda, por lo que, durante un tiempo no dije nada. Esto no fue bueno porque un día perdí el control. Arrojé su cuaderno sobre el pupitre y en voz alta protesté por esos dobleces que tanto me hacían enojar. Al día siguiente vino a mi mesa con total candidez, mostrándome exultante una pila de cuadernos. "Señora Franke, mis cuadernos ya no tienen orejas de burro", anunció. Las había cortado todas con unas tijeras.
Eres uno de nosotros, Marianne Franke

domingo, 24 de octubre de 2010

Hacer visible lo invisible.

  


¿Es posible entrar en un aula y lograr ver si allí se validan las emociones? ¿Pueden nuestros ojos descubrir si en un determinado grupo de alumnos se gestionan los conflictos haciendo uso de herramientas y soluciones sistémicas? ¿Hay algún indicio que desvele, por la forma de organizar los espacios  y tiempos de trabajo, si los contextos relacionales y de comunicación entre los alumnos se favorecen? ¿Cómo podría  llegar a distinguirse, nada más pisar una escuela, el modo en el que sus niños y niñas perciben y encaran su futuro? ¿Lo hacen en contacto con sus recursos personales y potenciales para el cambio?
Las emociones no se ven. Las palabras están hechas de aire “y van al aire”. La autoestima carece de forma o colores. No existen radiografías que capten los innumerables pensamientos que tenemos diariamente. Las interpretaciones que construimos sobre la realidad suelen suceder como una vivencia interior difícilmente observable.  Y nada nos permite detectar a simple vista los hilos que nos conectan. 




Esta cualidad de lo invisible es, justamente, lo que hace que sea tan complejo el desarrollo de programas de acción tutorial, inteligencia emocional, entrenamiento de habilidades sociales, resolución pacífica de conflictos o mejora de la convivencia. Sin embargo, un buen modelo que desee incluir todo lo anterior como parte de su práctica diaria necesita descubrir y crear fórmulas para una gestión de los espacios, tiempos, agrupamientos y materiales que logre dar la mayor visibilidad posible al huidizo mundo de las vivencias.




Hacer visible lo invisible significa, en este caso, encontrar modos de organización de la vida en el aula que consigan dar forma concreta, tangible y casi “manipulativa” al mundo de los afectos, las vivencias grupales y los modos de relacionarnos internamente con la realidad. La creación de rincones específicos (reconocibles espacialmente); la utilización de rutinas (diarias, semanales, mensuales…); el uso adecuado de las asambleas de aula;  o, el establecimiento y redacción de protocolos claros acerca de los pasos a seguir cuando hay un conflicto o alguien se siente mal (protocolos que puedan estar disponibles en todo momento para ser leídos individualmente o en grupo) son estrategias que permiten ir dando forma concreta a aquellas zonas del currículo oculto que por sus dinámicas específicas son más difícilmente manejables.
El rincón de la silla-boca-silla-oreja, el uso de las barras porcentuales o el establecimiento de dinámicas en el aula como las que se cuentan en el documental Pensando en los demás, son buenas ejemplificaciones de este tipo de estructuras de apoyo, acompañamiento y contención en el trabajo con los procesos emocionales y sistémicos de los grupos de alumnos con los que trabajamos.



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